近一年来中东战火不息之际,主要国家在遏制乃至显著影响战争进程方面显得力有未逮,这一状况反映了全球权力分散化、集中度下降的世界格局特征。
美国政府试图推动以色列与哈马斯之间结束加沙战斗的谈判,并多次将前景描述为接近突破边缘但最终仍以失败告终。当前西方正竭力避免一场可能爆发于黎巴嫩与以色列之间的大规模冲突,而伊朗作为关键盟友以及与哈马斯关系密切的国家,其在地区局势中的角色充满变数。
理查德·豪斯前美国国务院副助理国务卿指出:“全球权力分布呈现出更加分散化、集中度下降的趋势。中东地区是这一分散趋势最显眼的例证。”
以色列领导人本杰明·内塔尼亚胡及其政府在面对恐怖袭击事件后的强硬反应与白宫之间的关系日益微妙。尽管拜登总统对以方的某些行动有所批评,如将其描述为“过度”,但美国仍坚定地支持其盟友,即便加沙地带平民伤亡持续上升。
中国作为伊朗的主要石油进口国之一以及美国全球领导地位重要挑战者,在当前国际格局中拥有较小兴趣去充当和平调解人。俄罗斯则在即将到来的美国总统大选背景下,对介入中东局势持谨慎态度,它既依赖于与伊朗在防御技术及无人机方面的合作来应对乌克兰冲突,也对任何可能削弱美国或使美国深陷中东泥潭的机会保持警惕。
在地区力量对比中,没有足够的国家有能力直接挑战以色列的军事实力。其中,伊朗表现得较为克制,因其深知全面战争的成本可能会导致伊斯兰共和国覆灭;埃及则担心庞大的巴勒斯坦难民潮涌入;而沙特阿拉伯虽寻求建立巴勒斯坦国以维护自身利益,但不愿为此冒险牺牲大量沙特公民。
卡塔尔曾资助哈马斯多年,并间接参与了其对以色列的袭击活动。通过与以色列前总理本杰明·内塔尼亚胡的合作,它利用这一渠道削弱巴勒斯坦权力机构在约旦河西岸的存在,以此为缓和中东局势铺路。然而,一年后的今天,面对战争继续升级的局面,“人们似乎已经接受这种状态”,内塔尼亚胡的继任者亚伊尔·辛瓦尔以及卡塔尔对峙下的平民伤亡成为全球关注焦点。
以色列政府与美国政府在实现阿联酋、沙特阿拉伯等地区强国正常化进程中存在分歧。内塔尼亚胡担心任何可能与巴勒斯坦建立国家和平协议的举措,这使他避免了与拜登政府之间关于军事失败及情报失误后正式责任追究的对话,同时削弱了其对即将到来的大选中寻求连任的支持。
在缺乏一致、协调的国际响应背景下,纳瓦尔在掌管的加沙地带不仅继续威胁以色列,并且面对众多巴勒斯坦无辜平民死亡而显得相对无动于衷。这使其在全球舆论中占据有利位置,在越来越多民众倾向于反对以色列的同时,纳瓦尔对局势的影响力不断增大。
结论来看,这一动荡时期下国际社会似乎难有改变方向的动力或意愿。理查德·豪斯在近期的一篇文章中写道:“自2021年哈马斯发动突袭以来,我们已深刻认识到过去几十年来指导全球关系和解决重大问题的机构已无法应对新世纪的问题。”他继续指出,“它们在效率、响应性、时代性和某些情况下甚至过时方面都表现不佳。”
因此,在这一年里国际局势似乎停滞不前的同时,中东战争持续升级,其根源不仅仅在于直接的军事冲突本身,更深刻地反映出了全球权力架构和领导力方面的深层次变革与不确定性。
新闻来源:www.nytimes.com
原文地址:Por qué las grandes potencias del mundo no pueden impedir una guerra en Medio Oriente
新闻日期:2024-09-30
原文摘要:
Durante casi un año de guerra en Medio Oriente, las grandes potencias se han mostrado incapaces de detener o incluso influir significativamente en los combates, un fracaso que refleja un turbulento mundo de autoridad descentralizada que parece que perdurará. Las negociaciones intermitentes entre Israel y Hamás para poner fin a los combates en Gaza, impulsadas por Estados Unidos, han sido descritas en repetidas ocasiones por el gobierno de Joe Biden como al borde de un gran avance, y luego fracasan. El actual intento de Occidente de evitar una guerra a gran escala entre Israel y Hizbulá en Líbano equivale a un afán por evitar el desastre. Sus posibilidades de éxito parecen muy inciertas tras el asesinato el viernes por Israel de Hassan Nasrallah, líder de Hizbulá desde hace mucho tiempo. “Hay más capacidad en más manos en un mundo donde las fuerzas centrífugas son mucho más fuertes que las centralizadoras”, dijo Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores. “Medio Oriente es el principal caso de estudio de esta peligrosa fragmentación”. El asesinato de Nasrallah, líder de Hizbulá durante más de tres décadas y quien convirtió a la organización chií en una de las fuerzas armadas no estatales más poderosas del mundo, deja un vacío que Hizbulá tardará probablemente mucho tiempo en llenar. Se trata de un duro golpe para Irán, principal patrocinador de Hizbulá, que puede incluso desestabilizar a la República Islámica. Aún no está claro si la guerra a gran escala llegará a Líbano. “Nasrallah lo representaba todo para Hizbulá, y Hizbulá era el brazo avanzado de Irán”, dijo Gilles Kepel, destacado experto francés en Medio Oriente y autor de un libro sobre la agitación mundial desde el 7 de octubre. “Ahora la República Islámica está debilitada, quizá mortalmente, y uno se pregunta quién puede siquiera dar hoy una orden para Hizbulá”. Durante muchos años, Estados Unidos fue el único país capaz de ejercer una presión constructiva tanto sobre Israel como sobre los Estados árabes. Fue el artífice de los Acuerdos de Camp David de 1978, que trajeron la paz entre Israel y Egipto, y de la paz entre Israel y Jordania de 1994. Hace poco más de tres décadas, el primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin, y el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasir Arafat, se estrecharon la mano en el jardín de la Casa Blanca en nombre de la paz, solo para que la frágil esperanza de aquel abrazo se erosionara constantemente. El mundo, y los principales enemigos de Israel, han cambiado desde entonces. La capacidad de Estados Unidos para influir en Irán, su enemigo implacable durante décadas, y en sus apoderados, como Hizbulá, es marginal. Declaradas organizaciones terroristas por Washington, Hamás y Hizbulá están fuera del alcance de la diplomacia estadounidense. Estados Unidos sí tiene una influencia duradera sobre Israel, sobre todo en forma de una ayuda militar que involucró un paquete de 15.000 millones de dólares firmado este año por el presidente Biden. Pero una férrea alianza con Israel construida en torno a consideraciones estratégicas y de política interna, así como a los valores compartidos de dos democracias, significa que Washington casi con toda seguridad nunca amenazará con reducir —y mucho menos interrumpir— el flujo de armas. La abrumadora respuesta militar israelí en Gaza a la masacre de israelíes perpetrada por Hamás el 7 de octubre y la toma de unos 250 rehenes ha suscitado leves reprimendas por parte de Biden. Por ejemplo, ha calificado las acciones de Israel de “exageradas”. Pero el apoyo estadounidense a su asediado aliado se ha mantenido firme mientras las bajas palestinas en Gaza se elevaban a decenas de miles, muchas de ellas civiles. Estados Unidos, bajo cualquier presidencia imaginable, no está dispuesto a abandonar a un Estado judío cuya existencia ha sido cuestionada cada vez más durante el último año, desde los campus estadounidenses hasta las calles de la misma Europa que se embarcó en la aniquilación del pueblo judío hace menos de un siglo. “Si la política de EE. UU. hacia Israel cambiara alguna vez, sería solo en los márgenes”, dijo Haass, a pesar de la creciente simpatía, especialmente entre los jóvenes estadounidenses, por la causa palestina. Otras potencias han sido esencialmente espectadoras mientras se extendía el derramamiento de sangre. China, uno de los principales importadores de petróleo iraní y uno de los principales partidarios de cualquier cosa que pueda debilitar el orden mundial liderado por Estados Unidos que surgió de las ruinas en 1945, tiene poco interés en ponerse el manto de pacificador. Rusia tampoco tiene muchas ganas de ayudar, especialmente en vísperas de las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos. Dependiente de Irán para la tecnología de defensa y los drones en su intratable guerra de Ucrania, está tan entusiasmada como China ante cualquier signo de declive estadounidense o cualquier oportunidad de empantanar a Estados Unidos en un lodazal en Medio Oriente. Basándose en su comportamiento en el pasado, el posible regreso a la Casa Blanca del expresidente Donald Trump probablemente sea visto en Moscú como el regreso de un líder que se mostraría complaciente con el presidente Vladimir Putin. Entre las potencias regionales, ninguna es lo suficientemente fuerte o está lo suficientemente comprometida con la causa palestina como para enfrentarse militarmente a Israel. Al final, Irán se muestra cauto porque sabe que el costo de una guerra total podría ser el fin de la República Islámic, Egipto teme una enorme afluencia de refugiados palestinos y Arabia Saudita busca un Estado palestino, pero no arriesgaría vidas saudíes por esa causa. En cuanto a Catar, financió a Hamás con cientos de millones de dólares al año que se destinaron en parte a la construcción de una laberíntica red de túneles, algunos de hasta 76 metros de profundidad, donde se ha retenido a rehenes israelíes. Contó con la complicidad del primer ministro Benjamín Netanyahu, quien vio en Hamás una forma eficaz de debilitar a la Autoridad Palestina en Cisjordania y socavar así cualquier posibilidad de paz. El desastre del 7 de octubre fue también la culminación de la cínica manipulación, por parte de dirigentes árabes e israelíes, de la búsqueda palestina de un Estado. Un año después, nadie sabe cómo recoger los pedazos. Así que, en su peregrinaje anual, los líderes mundiales acuden en tropel a la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde el Consejo de Seguridad está en gran medida paralizado por los vetos rusos a cualquier resolución relacionada con Ucrania y los vetos estadounidenses a las resoluciones relacionadas con Israel. Los líderes escuchan a Biden describir, una vez más, un mundo en un “punto de inflexión” entre la autocracia en ascenso y las democracias con problemas. Escuchan al secretario general de la ONU, António Guterres, deplorar el “castigo colectivo” al pueblo palestino —una frase que indignó a Israel— en respuesta a los “abominables actos de terror cometidos por Hamás hace casi un año”. Pero las palabras de Guterres, como las de Biden, parecen resonar en el vacío estratégico de un orden mundial a la carta, suspendido entre la desaparición de la dominación occidental y el vacilante ascenso de alternativas a ella. No existen los medios para presionar a Hamás, Hizbulá e Israel a la vez, y una diplomacia eficaz exigiría ejercer influencia sobre los tres. Este desmantelamiento sin reconstrucción ha impedido una acción eficaz para detener la guerra entre Israel y Gaza. No existe un consenso mundial sobre la necesidad de paz, ni siquiera de un alto el fuego. En el pasado, la guerra en Medio Oriente provocó la subida de los precios del petróleo y la caída de los mercados, lo que forzó la atención del mundo. Ahora, dijo Itamar Rabinovich, exembajador israelí en Estados Unidos, “la actitud es: ‘está bien, que así sea’”. A falta de una respuesta internacional coherente y coordinada, Netanyahu y Yahya Sinwar, dirigente de Hamás y cerebro del atentado del 7 de octubre, no tienen que afrontar ninguna consecuencia por seguir un rumbo destructivo, cuyo punto final no está claro, pero que sin duda conllevará la pérdida de más vidas. Netanyahu ha eludido un serio esfuerzo estadounidense para lograr la normalización de las relaciones con Arabia Saudita, quizá el país más importante del mundo árabe e islámico, porque su precio sería algún compromiso serio con el establecimiento de un Estado palestino, lo que él ha dedicado su vida política a impedir. El interés de Netanyahu en prolongar la guerra para eludir una reprimenda formal por los fallos militares y de inteligencia que condujeron al ataque del 7 de octubre —una catástrofe cuya responsabilidad recayó en el primer ministro— complica cualquier esfuerzo diplomático. También lo complica su intento de evitar enfrentarse a las acusaciones personales de fraude y corrupción presentadas contra él. Está jugando al juego de esperar, que ahora incluye ofrecer poco o nada hasta el 5 de noviembre, cuando Trump, a quien considera un fuerte aliado, puede ser elegido. Las familias israelíes que envían a sus hijos a la guerra ignoran qué tan comprometido está su comandante en jefe con traer a casa sanos y salvos a esos jóvenes soldados aprovechando cualquier oportunidad viable para la paz. Esto, dicen muchos israelíes, es corrosivo para el alma de la nación. En cuanto a Sinwar, los rehenes israelíes que tiene en su poder le dan ventaja. Su aparente indiferencia ante la inmensa pérdida de vidas palestinas en Gaza le permite influir considerablemente en la opinión mundial, que se ha vuelto progresivamente en contra de Israel a medida que mueren más niños palestinos. En resumen, Sinwar tiene pocas razones para cambiar de rumbo; y, en lo que Stephen Heintz, presidente de la organización filantrópica Rockefeller Brothers Fund, ha denominado “la era de las turbulencias”, el mundo no está dispuesto a cambiar ese rumbo por él. “Está claro que las instituciones que han guiado las relaciones internacionales y la resolución de problemas mundiales desde mediados del siglo XX ya no son capaces de abordar los problemas del nuevo milenio”, escribió Heintz en un ensayo reciente. “Son ineficaces, ineficientes, anacrónicas y, en algunos casos, simplemente obsoletas”. Esa también ha sido una lección del año transcurrido desde el golpe de Hamás.